La herida causada a la nación en el combate a los movimientos guerrilleros de los años 60 y 70 del siglo pasado no ha sido cerrada, permanece abierta, con más de 500 desaparecidos de los que no se sabe prácticamente nada; continúa supurando debido a que es una parte de la memoria social que ha sido silenciada, secuestrada por medio de una guerra de baja intensidad que consistió en ocultarla, dejar de hablar de ella. Se trata de la vida de miles de personas que decidieron tomar las armas como único medio para cambiar la situación de injusticia que prevalecía en el país, elección a la que las autoridades respondieron enloquecidamente, de manera ilegal, con instrumentos como el secuestro, la tortura, el asesinato y la desaparición de personas.
Para sanar esa herida, cerrarla, se necesita un diálogo entre ese pasado y el presente social, un diálogo que corresponde hacer a los mexicanos, a las instituciones. Es la conciencia colectiva la que debe suturar el daño, sostiene a Litoral el escritor e historiador Fritz Glockner, autor de cuatro publicaciones sobre el tema, el más reciente titulado Los años heridos. La historia de la guerrilla en México 1968-1985, publicado este año por Planeta y con el que cierra su acercamiento al tema, que le significó años de investigación, de retomar testimonios, de entrevistas, de consultar documentos, y de redacción no académica, sino una que recuperara esas vidas con toda su complejidad.
El objetivo de su investigación es recuperar de los sótanos la historia de este episodio sustraído de la historia nacional, de esa memoria que no ha terminado por reconciliarse con el presente del país, pues es una nostalgia que sigue doliendo, una memoria que sigue viva en las catacumbas del sistema, de cables conectados a los genitales de alguien mientras le pasan una corriente eléctrica, o de cuando Rosario Ibarra de Piedra cuenta que si un día está lloviendo, las lágrimas se le escurren porque su hijo se está mojando. De lo que se habla no es de revancha, sino de reconciliación, acota.
No hay todavía respuesta a lo sucedido, no hay justicia ante la impunidad de que el primer desaparecido político de América Latina sucedió en México, en el estado de Guerrero, en agosto de 1969; que el primer vuelo de la muerte sucedió en México, en las costas de Guerrero en 1972, no en Chile o Argentina. Son años vigentes, que están latentes incluso como opción porque las condiciones de pobreza no se han solucionado.
En plática con este suplemento, anota que en aquellos años el Estado, que debe actuar dentro de los marcos que le impone la Constitución, actuó enloquecidamente de manera ilegal, porque ¿dónde está la legalidad de más de 500 desaparecidos en los 60 y 70; en la práctica de la tortura?, ¿dónde quedaron los convenios internacionales que México había firmado?; ¿cómo justificar la falta de juicios o los vuelos de la muerte?. La búsqueda de la vía armada para el cambio no justifica el desquiciado uso de los aparatos del Estado, y recuerda que en una entrevista el ex presidente Luis Echeverría (1070-1976), quien fue secretario de Gobernación con Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), aceptó ante él que había mandado al Ejército a acabar con Lucio Cabañas.
Pero este libro no pretende abrir el debate de los buenos y los malos, sino señalar que a una acción corresponde una reacción, pero en este caso fue desquiciada, ciega, enloquecida. Tampoco idealiza la lucha armada de los años 70, no obstante, su procedencia familiar, su padre, un empresario poblano de 39 años, fue guerrillero en esa época. Esa parte ya la exorcizó en el libro Veinte de cobre. Al niño Fritz le faltó su padre, al adulto, al historiador, lo que le interesa es entender cómo y por qué se abandona una familia de clase media alta poblana por un movimiento armado, porqué privó a su familia y a él mismo de comodidades a las que no cualquiera hubiera renunciado.
Lo que hace en este libro, resume, es simplemente indagar el momento ubicando la historicidad de los acontecimientos. Investiga, descubre y saca a la luz lo sucedido, no los vanagloria ni los critica. Juzgar desde el presente es muy fácil, y no es el caso. Ubica lo ocurrido en su momento histórico y lo narra, insiste.