Por Alejandro Ceniceros Martínez
El 24 de octubre de 1945 de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial nació la Organización de las Naciones Unidas ( ONU ), una apuesta histórica por la cooperación, la paz y la defensa de la dignidad humana.
La Carta de San Francisco, firmada por 51 países, prometía algo que hoy sigue parecuendo un sueño lejano: un orden internacional de respeto por el derecho y no por la fuerza.
Ocho décadas después, la ONU sigue siendo el símbolo de aquella aspiración universal. Algunos de sus logros han sido: la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los Pactos de Ginebra y Viena, los Objetivos de Desarrollo Sostenible, o su papel en acuerdos de paz que cerraron guerras en Camboya, El Salvador o Sudáfrica.
Sin embargo, no todo su legado es de luz y justicia, también tiene episodios de sombra y retroceso que la han debilitado desde su origen: el derecho de veto es una prueba indiscutible.
El veto, ese candado del poder
El Consejo de Seguridad —supuestamente garante de la paz mundial— ha sido durante décadas rehén de los intereses de sus cinco miembros permanentes: Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido.
Ese privilegio de veto, concebido para evitar nuevas guerras entre potencias, terminó convirtiéndose en una licencia de impunidad global.
Basta recordar: Estados Unidos ha vetado más de cuarenta resoluciones contra Israel, protegiendo la ocupación de Palestina. Rusia ha hecho lo propio con Siria y Ucrania; China ha bloqueado acciones sobre Myanmar y Corea del Norte.
Así, el principio de igualdad entre las naciones se diluye ante el poder de unos cuantos. El mundo entero puede condenar una agresión… pero una sola mano levantada basta para silenciar la justicia.
El fortalecimiento del unilateralismo
durante las administraciónes de Donald Trump, se ha llevado al extremo, en nombre del nacionalismo económico y la “grandeza americana”, Estados Unidos se retiró del Acuerdo de París, suspendió aportaciones a la OMS, y despreció al Consejo de Derechos Humanos.
Lo que está en juego no es una simple diferencia diplomática, sino el intento deliberado de desmantelar el sistema multilateral que el propio país había ayudado a construir.
Trump convirtió el “America First” en un credo imperial o quedar relegado al caos. el desprecio a la cooperación, la creencia de que el poder militar sustituye al derecho internacional, y la idea —peligrosa y persistente— de que el multilateralismo es un estorbo.
El mundo multipolar como necesidad histórica
Hoy, la humanidad enfrenta crisis simultáneas: guerras regionales, emergencia climática, migraciones masivas y desigualdad extrema.
Pero la ONU, paralizada por el veto y la hipocresía de las potencias, ya no representa el equilibrio mundial, sino la perpetuación del dominio unipolar.
Por eso, hablar de un mundo multipolar no es una consigna romántica ni un discurso ideológico: es una necesidad urgente.
Un sistema donde América Latina, África y Asia tengan voz real; donde India, Brasil, Sudáfrica o México no sean invitados decorativos, sino actores de peso; donde las decisiones globales no dependan del capricho de cinco naciones con poder nuclear.
La reforma de la ONU debe incluir la eliminación del veto, sustituyendolo por una votación de mayoría calificada, la ampliación del Consejo de Seguridad con representación del Sur Global, y una Asamblea General fortalecida con poder vinculante.
Además, urge crear un Consejo Mundial del Bienestar, capaz de enfrentar las crisis ambientales, energéticas y humanitarias bajo principios de solidaridad, equidad y cooperación.La esperanza del multilateralismo de los pueblos
La ONU no es un edificio de mármol en Nueva York; es, o debería ser, la conciencia institucional del planeta. Pero esa conciencia se adormece cada vez que el derecho internacional se subordina al poder económico o militar.
Frente al unilateralismo estadounidense —y sus reflejos en Europa—, surge la oportunidad histórica de un nuevo multilateralismo, impulsado por los pueblos y no solo por los gobiernos.
Un mundo multipolar significa la posibilidad de una gobernanza global basada en la cooperación, el respeto mutuo y la autodeterminación de los pueblos.
Porque solo un sistema plural, con equilibrio real entre naciones, podrá honrar aquella promesa fundacional de 1945: “Preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”.
La paz no emerge de la sumisión ante una potencia, sino del diálogo entre iguales.
Y mientras la ONU no se atreva a desmontar los privilegios de unos cuantos, la historia la seguirá juzgando como una gran idea, como el gran sueño… atrapado en un mundo aún dominado por el veto.















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