Cada uno de nosotros, tarde o temprano, aceptamos que cada palabra que se expresa, que se dice, tiene un valor determinante en nuestra vida. Es la comunicación verbal y nosotros, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, estamos diciendo palabras. La cuestión es si, en el sentido estricto, tenemos conciencia de lo que decimos. Y es que, no podemos soslayar, que en mas de una ocasión expresamos: lo dije sin pensar. Y dicha ya no hay regreso: su efecto puede ser positivo o negativo.
¿Qué decimos de manera frecuente? Habría que revisar el contexto, si es en la familia, en l escuela, en el trabajo o con quien nos topamos en la calle. Hay expresiones de alegría, como de molestia; de queja como de reconocimiento. Hay, sin embargo, unas que decimos con coraje, enojados o plenos de ambición o soberbia. Y en todo caso en un proceso de comunicación hay elementos básicos: el emisor, el receptor, el mensaje y el propósito. ¿Qué debemos hacer? No olvidemos que, el emisor, siempre tiene un propósito.
EL EMISOR.
Se atribuye a Sócrates que en cualquier momento el emisor, antes de dar su mensaje, tiene que abordar cuando menos 3 filtros, precisamente para saber que su mensaje puede ser bien recibido. El primero es que el contenido del mensaje sea una verdad; aquí la cuestión son los intereses del emisor, si son lastimar o brindar un apoyo al receptor; el segundo, es saber si el mensaje tiene un sentido de bondad, es decir, si es una cosa buena para el receptor y el tercero, si el mensaje es de utilidad para quien lo recibe.
Creo que, quiérase o no, todo receptor debe tener plena conciencia, conocer pues al emisor. Bien lo dicen: las palabras se toman de quien vienen. Enfatizamos que hoy en día existen emisores cuyo propósito es lastimar, que no vacilan en difundir o dar noticias falsas… y claro, quien las escucha, a veces no conocen a la fuente, menos sus intereses. En la practica hay emisores serios, responsables; pero otros, mienten, lo hacen a plena conciencia, alegando que tienen otros datos.
EL RECEPTOR.
Hace varios años leí un texto sobre el “fracaso escolar” y entre los muchos factores anotados se incluye la actitud de los profesores al momento de dar una clase o de interactuar con los alumnos. Hacían notar que una palabra, un adjetivo, o una expresión de esas que hoy se conoce como violencia verbal, pueden determinar el rumbo o la personalidad de una persona. Hace días vi un video de Ana Karen López, una psicóloga, y me gusto la respuesta o explicación que dio ante una pregunta especifica.
En mas de una ocasión, quizá por molestar, a alguien le decimos “eres un tonto”, “no seas fantoche” o tan simple, “eres un fracasado”. Ante este tipo de expresiones, recomiendo la especialista, el receptor tiene que asumir con calma un proceso: evaluar o valorar a la persona que lo esta etiquetando, son tres filtros como los socráticos, pero que tienen que ver con la personalidad, los intereses, el estado de ánimo, entre otras cosas del emisor. Son recomendaciones sencillas: 1) Es una persona sana, se entiende que mentalmente; 2) Es una persona feliz, porque quien lo es, no puede ser agresiva, altanera o soberbia; y, 3) Es congruente, digamos, con lo que hace y lo que dice. Si el emisor es, digamos positivo en las calificaciones, luego entonces debemos preocuparnos por lo que nos dice.
TRANQUILIDAD EMOCIONAL.
Todos, bueno, quiero pensar que todos, hemos pasado por malos ratos. Que en más de una ocasión hemos perdido la cordura, o como dicen los estribos. ¿Por qué llegamos a esa situación? Quiero pensar que sucede porque estamos agobiados por múltiples problemas, que no encontramos la puerta, es cuando decimos o hacemos lo primero que se nos ocurre y ya tarde nos damos cuenta que nos equivocamos. Ese es el problema: cada uno de nosotros tiene una cotidianidad y ahí, inmersa, hay muchos elementos o factores… unos positivos u otros negativos.
Efectivamente, como bien apunta Ana Karen: una persona sana, feliz y congruente tiene que ser una persona que quizá no tenga estrés, porque no enfrenta digamos problemas grandes, imposibles de solucionar. Disponer de una tranquilidad emocional nos hace ver en otra dimensión las cosas y encontramos fáciles respuestas a nuestras dudas: la impaciencia y las prisas son, en todos lados, malas consejeras.
Piensa antes de tomar una decisión. Paciencia, decía Kalimán.