Avanza el cambio pese a trampas de la oligarquía

Por Moisés EDWIN BARREDA

Está en puerta la elección de presidente del casi juguete que es la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), condición que tiene de origen y por la que sus miles de recomendaciones van al basurero.

Debemos luchar por que la CNDH sea eficaz, esté a tono con el quid del Humanismo mexicano sello del movimiento de regeneración nacional, que la considerable fracción pensante del pueblo hizo suyo porque coincide con lo que desde antaño requería: cambio efectivo eliminando al sistema político oprobioso vigente hasta julio de 2018.

Es más que necesario que se la dote de facultades coercitivas conocidas popularmente como “dientes”, para que sus recomendaciones no queden en eso: recomendaciones, simple material de lectura que va directo a la basura.

Además dejaría de ser manipulable como lo ha sido desde su fundación y como ha sido el Poder Judicial a partir del régimen de Venustiano Carranza hasta el primero de diciembre de 2019.

Lo más importante: contribuirá con atingencia a agilizar la impartición de justicia efectiva, de veras pronta y expedita por parte del sistema político instaurado por el Movimiento de regeneración nacional.

La fracción popular que buscaba el cambio aceptó al Movimiento de regeneración nacional también como instrumento que guiado por Andrés Manuel López Obrador, ahora por la presidente Claudia Sheinbaum, no sólo defendiera la democracia que impuso votando en masa en julio del 18, en relevo de la que no pasaba del papel y tanto blasonaba la oligarquía.

Lo hizo consciente de que la democracia legada por Grecia conlleva elementos necesarios para recuperar el Estado bienestar, y el fundamental es justicia en todos los órdenes.

También, que pugnara, como lo hace, por restituir al pueblo todo lo que se le despojó — sobre todo en las décadas a partir de 1982– mediante 231 iniciativas –de decreto muchas– a más de 700 reformas, adiciones y derogaciones a la mayoría de los 136 artículos y 19 transitorios constitucionales.

La Suprema Corte de Justicia (¿) dobló la cerviz frente a esos centenares de iniciativas, y ahora, evidentemente uncida por interés a la oligarquía y por soberbia, se enfrenta al régimen de la Cuarta Transformación echando abajo varios decretos incluso ya avalados por el Congreso.

Esgrime cuanto se le ocurre, falso, ilegal, violatorio de la Constitución que debe respetar y hacer respetar, y aun risible, para frustrar la reforma judicial, que es ariete contra el último bastión que es la propia SCJN, que resta a los muy menguados oligarcas para tratar de recuperar el poder que les permitió atiborrar sus escarcelas robando al erario y legislando y gobernando para servir a los cresos nacionales y extranjeros.

Los ocho ministros de la Corte que salen al paso de la voluntad popular y obstaculizan que la reforma judicial llegue al terreno práctico, aunque saben más que bien que con ella se recupera la democratización que el Poder Judicial de la Federación perdió con la Constitución de 1917, saben bien que sin esa democratización no existe realmente el equilibrio de poderes, indispensable para evitar el imperio de uno sobre los otros.

Y aun si el Poder Judicial fuera democrático no se tolerarían  despropósitos como los de la ministra presidente de la Corte, que actúa como si ese tribunal fuera el poder de poderes, árbitro de la República y la nación.

En realidad así actúa el tribunal porque sus fallos son inatacables –lo que he criticado–, casi son ukase, muchos de los cuales agraviaron al pueblo –la nación— convalidando proyectos y decisiones del gobierno de la oligarquía en beneficio de sí misma y/o de empresarios corruptos.

El Humanismo mexicano que ahora sirve al pueblo podría verse muy bien variante del ideal de la “Teología de la  liberación”, creada por el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez Merino –desde hace semanas visita al más allá–, tan censurada por el papado y el Colegio cardenalicio hasta la llegada de Francisco Bergoglio como obispo de Roma.

Se la reprobaba porque su esencia subraya la renuncia de la Iglesia a impartir el evangelio como lo hacía Cristo, en favor de los desvalidos, de los pobres, de los débiles frente a los poderosos, al lado de quienes opera desde hace siglos y protege de la justa ira de los villanos, de cuantos oprimen, convenciéndolos de “poner la otra mejilla” como mérito básico para lograr la justicia divina, la única opción que también hasta julio del 18 los mexicanos tuvimos durante los 102 años de la dictadura de la oligarquía que se esfuerza por recuperar sus fueros.

Pese a todo, es innegable que pese a todas las barreras que se le han puesto y se le ponen, avanza el cambio que soñaban millones de mexicanos y por el que pocos luchaban desde antes de la victoria popular mediante la revolución de las consciencias impulsada paciente y tenazmente por Andrés Manuel López Obrador.

 

 

 

 

 

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